sábado, 21 de abril de 2007

Enseñanzas de Gurdjieff 1ª parte

Volvemos en este artículo sobre la evolución humana interna abandonando brevemente las cuestiones del mundo material estricto, y lo hacemos de la mano de George Ivanovich Gurdjieff (a la izquierda), místico armenio de la primera mitad del siglo XX que difundió una nueva forma de alcanzar la trascendencia, el Cuarto camino o “camino místico-práctico”, influenciando directa o indirectamente a gran cantidad de místicos de la modernidad, especialmente a Castaneda, cuya enseñanza es profundamente místico-práctica, pero también a otros como Osho, y por otro lado a autores New Age como Bob Frissel, que copia casi literalmente su metáfora del libro de Gurdjieff “relatos de Belcebú a su nieto”. Dada la amplitud y variado de sus enseñanzas sobre el mundo real, que abarcan sencillamente “todo”, empezaremos por la evolución interna del ser humano: la comprensión de lo que somos y la manera de extraer de nosotros nuestro potencial. El punto de partida de Gurdjieff a la hora de afrontar la búsqueda de la verdad es el mismo que el de todas las tradiciones místicas y todas las religiones no organizadas/corruptas: “la evolución del hombre no puede abordarse a través de las influencias de masas, sino que es el resultado del crecimiento interior individual”. La búsqueda de la verdad, sea por el camino que sea, exige inevitablemente regresar a uno mismo y empezar a solucionar el problema de lo que uno mismo es y cuál es su lugar en el mundo que lo rodea. Sin este conocimiento, nadie tiene un punto de enfoque en su búsqueda.
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Gurdjieff señala tres caminos tradicionales para alcanzar la totalidad de uno mismo.
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1. El camino del fakir logra la iluminación a través del dominio de las sensaciones por varios medios de ascetismo, como acostarse sobre una cama de clavos, pararse sobre las puntas de los dedos de los pies por meses, etc. Requiere unos cincuenta años de práctica.
2. El camino del monje implica sufrimiento emocional y, aunque no requiere tanto tiempo como el camino del fakir, aun demanda cerca de 25 años.
3. El camino del yogui se abre a la iluminación en más o menos 10 años a través del dominio de posturas o movimientos destinadas a aumentar la interrelación cuerpo-mente.
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El Cuarto Camino o camino "místico-práctico" usa las partes necesarias de las otras tres vías. En lugar de alcanzar el dominio completo de alguna función, usa el mínimo dominio de cada "centro": el instintivo, el de movimiento y el emocional. El cuarto camino o "trabajo" al contrario de los otros tres que demandan aislamiento, debe llevarse a cabo en medio de la vida ordinaria y, ejecutado adecuadamente puede ser alcanzado en dos años.
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La evolución personal, se tome el camino que se tome, se va a producir inevitablemente haciendo desaparecer lo falso de uno mismo, muriendo ante uno mismo y renaciendo como alguien nuevo. En ese sentido, todos los caminos son el mismo, pero se pueden enfocar de distintas formas. El caso es que el hombre al nacer es una oruga que tiene potencial para convertirse en mariposa, pero por desgracia suele estancar su crecimiento y muere sin haber llegado a volar.

Soy un ser superior...

Bien, ¿por donde empezamos?, ¿Qué es lo que somos como punto de partida? Gurdjieff dirá que somos una máquina, que reaccionamos al mundo externo y nos dejamos absorber por él conforme a antiguos patrones que nos esclavizan. Pero esto no es necesariamente así. En sus palabras: El hombre es el ser que puede “hacer”. “Hacer” significa actuar conscientemente y de acuerdo con la propia voluntad. Sin ninguna exageración podemos decir que todas las diferencias que nos impresionan entre los hombres pueden reducirse a las diferencias en la conciencia de sus acciones. Sin embargo, entre los hombres ordinarios, así como entre aquellos que son considerados extraordinarios, no hay ninguno que pueda “hacer”, porque para ello se necesita un grado muy elevado de ser y de conocimiento, de los que carece el hombre que duerme. En su caso todo está hecho en el sueño. Ante todo el hombre debe despertar. Habiendo despertado, verá que tal como es, no puede “hacer”. Tendrá que morir voluntariamente. Una vez muerto, puede nacer. Pero el ser que acaba de nacer, debe crecer y aprender. Cuando haya crecido y sepa, entonces podrá “hacer”. De momento, el hombre ni siquiera es capaz de la más mínima acción independiente o espontánea. La totalidad de él no es otra cosa que el resultado de influencias externas. El hombre es un proceso, una estación transmisora de fuerzas Así, nuestra vida consiste en una interminable cadena de pensamiento por asociaciones casuales, el conocido diálogo interno, que se produce por nuestra incapacidad para manejar la atención. Pero no sólo nuestros pensamientos, sino también nuestros estados de ánimo están condicionados por lo que nos rodea: alguien nos halaga y nos alegramos, alguien nos insulta y nos cabreamos. Así, lo externo nos atrapa, nos hundimos en lo que nos rodea hasta que esto nos posee, nos amarra y nos quita nuestra fuerza, nuestro tiempo, dejándonos sin la posibilidad de ser objetivos y libres. Y la libertad es necesaria para el conocimiento del sí. Conforme a otros autores tratados aquí, la libertad es tanto una meta en sí misma (Castaneda), como una condición para el conocimiento de la verdad (Krishnamurti).

Lo de arriba representa la rueda del cerebro. El diálgo interno incesante, tirado en este caso al parecer por el sexo opuesto, cosa verdaderamente común.

Nos dejamos influenciar por cosas exteriores, pero en sí mismas estas cosas son inofensivas: somos nosotros los que permitimos que nos lastimen. Debido a la importancia y seriedad que conlleva la búsqueda de este conocimiento interno, Gurdjieff indica que no puede intentarse descuidadamente, sino que exige tal esfuerzo que quien lo persigue debe darle preeminencia en su vida. El primer paso a tomar conforme a Gurdjieff (que en esto coincide con Krishnamurti), es la autoobservación. Pero antes de autoobservarse conviene que el hombre tome una decisión sobre cómo hacerlo; en palabras de Gurdjieff: Debe tomar la decisión de que será absolutamente sincero consigo mismo, que no cerrará sus ojos a nada, que no rehuirá ningún resultado, sin importar a dónde lo conduzca, que no temerá ninguna deducción, y que no se limitará por muros previamente erigidos. Se requiere mucho valor para aceptar sinceramente los resultados y conclusiones a que se llegue. Éstos desbaratan toda su línea de pensamiento, y lo privan de sus más agradables y queridas ilusiones. Ante todo ve su total impotencia y desamparo ante literalmente todo lo que le rodea. Es poseído por todo y gobernado por todo. Él no posee y tampoco gobierna nada. Las cosas lo atraen o repelen. Toda su vida no es más que un ciego dejarse llevar por estas atracciones y repulsiones. Además, si no teme a las conclusiones, puede ver cómo se forman lo que él llama su carácter, gustos y hábitos: en una palabra, cómo están construidas su personalidad e individualidad. Esa será la forma correcta de observarse, forma que por lo demás difiere profundamente del significado habitual psicológico, que adapta la mente humana a esquemas racionales preconcebidos, que no son sino “muros” previamente erigidos ("Mire, usted tiene síndrome de Asperger, encuadrado en el DSM IV", "¿Sí?, ¿¡Pero de qué cojones me está hablando!?"). Hay una enorme distancia entre las clasificaciones psicológicas y la realidad. Estas tratan, por el método inductivo, de deducir leyes generales de fenómenos particulares, y cada año engordan más el DSM con nuevos síndromes descubiertos. ¿Hasta cuando?, fácil: hasta que termine habiendo tantos síndromes como personas en el mundo. El primer principio de la enseñanza de Gurdjieff es que “nada debe ser tomado como dogma de fe”. El esquema de la construcción de la máquina humana que él nos proporciona debe servir simplemente como un plan para el trabajo sobre uno mismo, no como algo en lo que creer. Es en el trabajo donde debe estar el centro de gravedad. Bien, pues comencemos con dicho esquema: En primer lugar, y lo más importante de todo, es que el ser humano es un ser plural. No hay un “yo”, sino muchos “yoes” que se van intercalando a la hora de hablar, juzgar o actuar. Somos una especie de parlamento donde hay mayorías y minorías. Cada cierto tiempo, un grupo toma la palabra, y en ocasiones se producen pequeños golpes de estado y un grupo que antes no era oído se empieza a hacer oír, pero no dura mucho, porque enseguida lo reemplaza otro. Las mayorías y minorías van cambiando de peso. Algunas desparecen para siempre, otras viven con nosotros para siempre, pero lo importante es que en el plazo de unos minutos, somos muchos, no uno.

Cuando se empieza a "buscar", en la persona se ha formado un "centro magnético", es decir, un grupo de "yoes" que tienen un interés común más allá de los intereses de la vida ordinaria y que busca respuesta a las inquietudes y a las eternas preguntas de la humanidad. Cuando estos yoes dominan, la persona busca despertar; cuando no, duerme plácidamente como los demás. Pero si se empieza a alimentar este centro magnético, tarde o temprano resulta posible contemplar aterrados cómo no sabemos lo que queremos, cómo no tenemos ningún deseo básico. Se trata del "abismo". Como dijo Nietzsche, tu miras al absimo, y el abismo te devuelve la mirada. No es fácil de soportar. A cada momento, cada uno desea algo, pero no es un deseo propio, sino el de un “yo” pasajero. Tarde o temprano se sufre la vieja pregunta de "¿quién es el que piensa?", porque se descubre que lo que creíamos ser nosotros no es sino "lo pensado", un ecosistema de personalidades que actúan contradictoriamente y de modo absurdo y que se van sustituyendo sin finalidad ni motivo, inevitablemente... indefinidamente... La búsqueda del yo es la búsqueda de la unidad. Lo que está separado es irreal, como indica Krishnamurti. En consecuencia, se impone unificar los múltiples “yoes”. La técnica utilizada es la introducción de un “yo de trabajo”, que se despierta a través de una palabra o un gesto. Este “yo” es transitorio: está únicamente para acallar a los demás y permitirnos la observación objetiva, ese es su fin. El trabajo consiste en fortalecer los “yoes de trabajo” hasta el punto que se los puede utilizar en cualquier circunstancia para salirnos del pensamiento asociativo, del diálogo interno, y experimentar la “esencia”, que es lo que subyace al diálogo, o personalidad, aquello que éramos cuando éramos niños. Es una lucha desesperada de uno contra miles. Pero en el fragor del combate, ese uno va fortaleciéndose hasta que es capaz de rechazar solo a todos los grupos parlamentarios que antes se intercalaban sin cesar.

Este cuadro representa precisamente esta lucha de la unidad contra los múltiples "yoes". La figura demoniaca que está siendo derrotada por el paciente guerrero está compuesta de múltiples caras. Es la hidra de mil cabezas del ego, el demonio, ni más ni menos. De esta forma se entra al tercer estado de conciencia, la “conciencia del sí”, o “recuerdo de sí”. Hay muchos estados de conciencia, pero al principio del trabajo nos interesan tres: - El sueño. - El estado despierto, que no es sino otro tipo de sueño. - La conciencia del sí. Es ser consciente no solo de lo que se hace, sino de uno mismo haciéndolo. Lo tenemos en general por destellos momentáneos, y es más sencillo de conseguir cuando se está pasivo, meditando por ejemplo, pero lo útil es conseguirlo en todo momento: hay que darse cuenta completa y constantemente del “yo” y de lo que está haciendo. Para esto sirven los “yoes de trabajo”. Así advertimos nuestra mecanicidad y nuestra esclavitud. Advertimos la nulidad que somos, una hoja en la corriente. Ver este comportamiento mecánico en nosotros y en quienes nos rodean nos convierte en cínicos. Pero es solo el principio. Aquí es donde se produce la bifurcación de caminos de la que hablan todas las tradiciones místicas. Es donde se hace necesario elegir si se va a ser completamente mecánico o completamente consciente. La observación de sí es un proceso complicado. Gurdjieff recomienda dedicarle varios años hasta que se pueda comenzar con otra cosa. Lo primero que es necesario comprender es que somos incapaces de observarnos a nosotros mismos, porque esa es una función del “amo”. Esto nos lleva a la metáfora del ser humano como un carruaje. Para Gurdjieff, el ser humano es como un carruaje. Hay un centro físico (el carruaje en sí), un centro emocional (el caballo que tira de él), un centro intelectual (el cochero) y un amo (el pasajero). Al principio del camino no hay amo (se turnan los múltiples “yoes”) y el cochero no sabe qué hacer. Esto hace que el carruaje vaya a la deriva, por caminos pedregosos que terminan deteriorándolo. Más tarde, el cochero (centro intelectual) adquiere conocimientos esotéricos y se empieza a formar una idea de qué es lo que hay que hacer (hay un "centro magnético"), pero es incapaz de comunicárselo al caballo (centro emocional) porque no conoce su lenguaje. Es necesaria una integración de los centros del ser humano. Cada uno debe ejercer las funciones que le son propias, pero ocurre que no es así normalmente. Por ejemplo, utilizamos el emocional cuando deberíamos usar el intelectual y viceversa. Tenemos unos centros más desarrollados que otros y esto crea descompensación y también que los deseos de una parte no puedan ser satisfechos, porque el organismo no le dedica suficiente energía. Comprender la máquina humana implica comprender todo esto, pero evidentemente no basta con la comprensión intelectual, se requiere que cada centro lo entienda. Evidentemente, nada de esto puede suceder si actuamos como siempre hemos actuado y pensamos como siempre hemos pensado. La máquina dejada al libre albedrío reproducirá eternamente su propio mecanismo sin cambiar ni un ápice. El carruaje transitará siempre por la Avenida Principal hasta que enmohezca, por mucho que el cochero en sus sueños esté viajando por el cosmos. Por eso es necesario cambiar los hábitos en la línea de lo que Castaneda llama “no haceres”. Gurdjieff dice que “sin lucha no hay progreso ni resultado. Toda ruptura de hábito produce un cambio en la máquina”. Así que cambiar los hábitos es esencial, es necesario transitar por distintas calles, pero con cuidado de que nuestro carruaje no se estropee por el cambio. Para ello es necesario proceder a un uso eficiente de la energía que nos permita encontrarnos fuertes y preparados para el cambio. El objetivo del "centro magnético" de yoes interesados en la búsqueda es conseguir formar lo que se llama el "mayordomo interino", que se forma por medio del estudio consciente de las energías y funciones que usamos. Este estudio nos lleva a utilizarlas mejor y a equilibrar el uso de los centros en nuestra vida. A partir de ahí, no puede avanzarse sin maestro. Gurdjieff se pronuncia sobre ello (en lo que viene a ser su discrepancia esencial con el método de Krishnamurti, que niega los maestros):

Al hombre que está buscando con todo su ser, con todo el interior de sí mismo, le llega la indefectible convicción de que el descubrir cómo saber a fin de hacer, sólo le es posible encontrando un guía con experiencia y conocimiento, que lo tome bajo su custodia convirtiéndose en su maestro. Y aquí es donde el olfato de un hombre es más importante que en cualquier otra parte. Escoge un guía para sí mismo.

La teoría del esoterismo es que la humanidad consiste de dos círculos: uno grande, exterior, abarcando a todos los seres humanos, y un círculo pequeño en el centro de personas instruidas y con comprensión. La instrucción verdadera, la única que puede cambiarnos, sólo puede venir de este centro, y la meta de esta enseñanza es ayudarnos a prepararnos para recibir tal instrucción.

El desarrollo de sí es imposible sin una fuerza adicional desde afuera y también desde adentro.

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Es importante recordar que el primer objetivo no es mejorar a partir de lo que ya somos, sino que lo que somos muera. Gurdjieff dirá que “Lo que importa es reestablecer lo que ha sido perdido, no adquirir nada nuevo. Este es el propósito del desarrollo. Hasta que un hombre no se desnude a sí mismo, no podrá ver”.

Se profundiza más en las enseñanzas de Gurdjieff sobre el todo y sobre el ser en este post, escrito con posterioridad: 

http://trascendentalism.blogspot.com/2008/09/gurdjieff-2-parte-el-rayo-de-la-creacin.html

3 comentarios:

Anónimo dijo...

tuve la oportunidad de tener varios libros que me entrego un hermano de nombre luis alberto cordoba que pertenecio a una escuela del cuarto camino en caracas luego de conocerlo. mi maestro luiz en lo que se combirtiera. me entrego todos los libros de este maestro espíritual. aprendi algo.

Anónimo dijo...

Excelente artículo.Estaba leyendo "Relatos de Belcebú a su nieto" pero buscaba,en principio,algo más sintético,algo como esto.
Lo linkeo a mi Tumblr. Gracias

Inoa Ferrer Reynés dijo...

Hola, he leído los dos artículos sobre Gurdjieff y me han parecido excepcionales. Además me ha resultado muy bello el hecho de intertextualizar diferentes aspectos de sus enseñanzas con las de C. Castaneda y Krishnamurti. Me parecen artículos muy inteligentes y bien comprendidos. Gracias por compartir tu conocimiento y entendimiento. Un abrazo.