viernes, 30 de noviembre de 2012

Cristianismo y Esoterismo




Se ha convertido ya en lugar común la afirmación de que el cristianismo actual nada tiene que ver con el auténtico que en su día, tal vez, predicó Jesús de Nazaret.
Nuestra sociedad, consciente del fracaso de la implantación del experimento cristiano por la Iglesia, busca incesantemente salidas de la doctrina oficial que tengan algún significado. Lamentablemente, estas salidas no suelen significar gran cosa, centrándose en minucias como el ocultamiento por la Iglesia de textos como el evangelio de Judas, en el romance de Jesús y María Magdalena, en la pervivencia de la sangre de cristo en la dinastía Merovingia o en la supuesta supervivencia de Cristo y su estancia en la India.
El interés en todos estos casos es más el de un entretenimiento literario sorprendente que nos distraiga un poco de la bárbara hecatombe moral de nuestra actual civilización, como diría Terence McKenna, algo para pasar un rato sentados en un sillón mientras esperamos la muerte.
Tómense lo que sigue como lo que quieran, entretenimiento o exploración transformativa. 

Es un hecho que alguien como Jesús no habría tenido nada que hacer en una época como la nuestra. De haber aparecido en el mundo más tarde, no sólo no podría haber sido el jefe de la Iglesia Cristiana, sino que ni se le hubiera permitido pertenecer a ella y, en ciertos periodos, habría sido declarado posiblemente un hereje y quemado en la hoguera. Para comprender esto, aun en un sentido estético, basta observar la actitud civilizada hacia los pelos y barbas largos y la estética desaliñada. Jesús sería hoy a ojos bienpensantes un punki, un drogata, un deshecho social, no le darían trabajo ni en McDonalds y los cristianos le apartarían la mirada al pasar o, como mucho, se compadecerían de él.

El nuevo novio de tu hija. 

En primer lugar, conviene entender que las enseñanzas de Cristo no fueron nunca destinadas a las masas, tampoco a formar un culto ni mucho menos una Iglesia. Conforme a P.D. Ouspensky, las enseñanzas de Cristo son las enseñanzas de una escuela esotérica y van dirigidas a exclusivamente a los iniciados.

Fueron las enseñanzas del apóstol Pablo las que tuvieron un papel histórico mediante la formación de la Iglesia Cristiana, y más adelante, en numerosas ocasiones, esta Iglesia ha ido reformulando en numerosos Concilios los preceptos del cristianismo hasta hacer a éste irreconocible. La base de la existencia de la Iglesia (y de su poder) es la imposición de un intermediario entre el hombre corriente y lo divino. Tal intermediario, el sacerdote, se arroga la potestad de interpretar la voluntad de Dios y de salvar almas. Nada de esto hay en la enseñanza cristiana, desprovista de una institucionalización tan absurda como aquella en la que alguien que no puede mantener relaciones sexuales pueda dar consejos sobre la materia.

Para hacer el cristianismo eclesiástico apetecible a las masas (la Iglesia, el “poder”, vende una ideología y tiene que venderla bien), había que darle una publicidad positiva. Entre otras cosas, esto se logró afianzando la idea de la “salvación general”, cosa que el sacerdote podía dispensar fácilmente mediante el consabido “ego te absolvo”, también conocido por algunos como “ego te absorvo”.
Y bien, no hay nada más alejado del Cristianismo que la idea de una salvación general. En ellos se repite una vez detrás de otra la idea de que el Reino de los Cielos pertenece a los pocos, de que angosta es la puerta y estrecho el camino, y de que sólo unos cuantos pueden pasar, y que aquellos que no pasan no son sino residuos que habrán de ser quemados (“todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado al fuego” (Mateo, 3.10,12). Las masas no pueden salvarse. Solo muy pocos individuos con una instrucción especial y un desmedido esfuerzo consciente pueden optar por el reino de los cielos. Cristo enseña a los apóstoles, los iniciados; para Cristo, las masas son residuos.

Todavía más lejos del Cristianismo se halla la figura del Diablo. Nada se dice en los Evangelios originales al respecto: fueron las posteriores traducciones del griego las que introducen esta idea. En los Evangelios originales se habla del impostor o tentador, “diablo” es un nombre que puede aplicarse a cualquier impostor o tentador, y posiblemente al mundo visible, ilusorio: el “Maya” védico.
En el Evangelio de San Mateo, en la tentación en el desierto, Cristo dice al diablo según el texto griego: “ven tras de mí”, y según el texto eslavo “sígueme”. Pero en las traducciones inglesa, francesa, italiana y española se traduce: “Vete de aquí, Satanás”. El traductor no debió entender que Cristo le dijera al Diablo que lo siguiera, así que escribió lo que juzgó más conveniente. Así que la consabida “vade retro, satanás”, no tiene nada que ver con el Cristianismo, es más bien la paranoia de algún monje que vivía en un oscuro monasterio. Cristo le dice al diablo que le siga. ¿Por qué?
El Diablo es “Maya”, la ilusión, el velo artificial que cubre la realidad subyacente. En un sentido esotérico, “Maya” no debe irse de aquí de ninguna manera, sino que sólo debe servir al mundo interno, seguirlo, ir detrás de él. Lo falso debe servir a lo verdadero, el ego no debe eliminarse, sino ponerse al servicio de la esencia. Cuando la Iglesia lo transforma en un “vete de aquí”, da paso a la autorepresión, flagelación, etc. que nada tienen que ver con un camino espiritual, basado en la transformación, no en la destrucción, en la conversión alquímica de la piedra en oro. 
Símbolo alquímico

Por otro lado, los Evangelios no son un texto original, sino que continuamente remiten a leyendas mucho más antiguas. La matanza de los inocentes y la huida a Egipto están tomados de la vida de Moisés. La Anunciación es un elemento de la vida de Buda (en este caso fue un elefante blanco el que descendió de los cielos anunciando el nacimiento del Príncipe Gautama). El sacrificio de Cristo para la salvación de los hombres está tomado de la mitología hindú: es Shiva quien beve el veneno destinado a la humanidad entera (y por eso se le representa azul usualmente).
El nacimiento de Jesús de la Virgen María directamente de Dios Mismo no aparece en los Evangelios, sino que fue adoptada más tarde. El mito de Cristo como hijo de Dios en sentido literal está tomado de la mitología griega, ya que es la única religión donde los dioses tienen hijos humanos o semidioses. De manera que el dogma principal del Cristianismo está tomado del paganismo. Conforme a esta idea, Cristo es hijo de Dios en el mismo sentido en que Hércules fue el hijo de Zeus. Nada tiene que ver, por tanto, con las verdaderas enseñanzas de Cristo.
Cristo se llamó a sí mismo el hijo de Dios, pero de ello no se deriva que lo fuera físicamente, o que solo lo fuera él. Se trata, más bien, de un sentimiento de unión con el absoluto: todo hombre puede ser el hijo de Dios si obedece su voluntad y sus leyes, y así se dice en los Evangelios: (“Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo. 5.9), o también: (“Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos” (Mateo. 5.43-45). Cristo no es “el elegido”, es solo uno que “se da cuenta”.

Pero lo más interesante es el significado de “El Reino de los Cielos”, al que se hace alusión continuamente en los Evangelios. La interpretación eclesiástica común es que el Reino de los Cielos es el lugar o estado en el que las almas de los justos se encuentran tras la muerte.
Muy al contrario, la idea de “El Reino de los Cielos”, que “está en vosotros”, es plenamente esotérica: se trata del círculo interno de la humanidad, del que ya hablamos en un anterior post. Cristo habla muy claramente del “Reino de Dios en la Tierra”. La creación artificial del “Cielo” no tiene que ver con el Cristianismo.
Conforme a Eliphas Lévi (Magia Trascendental, 1933), el Reino de los Cielos es el reino del sacerdocio y realeza de la Magia: “los monarcas de la ciencia son los príncipes de la verdad y su soberanía está oculta para la multitud, como también lo están sus oraciones y sacrificios. Los reyes de la ciencia son los hombres que conocen la verdad y a quienes la verdad ha hecho libres”.
Para alcanzar el “Reino de los Cielos”, es decir, el conocimiento y el poder de los Magos, son indispensables cuatro condiciones: Saber, atreverse, querer y guardar silencio: es decir, una inteligencia iluminada por el estudio, una intrepidez a la que nada pueda detener, una voluntad inquebrantable y una prudencia a la que nada pueda corromper y nada embriagar.

Y es este un difícil camino, que exige esfuerzos excepcionales que solo unos cuantos pueden asumir. La frase que más se repite en el Nuevo Testamento es “solo los que tienen oídos pueden oir”: se repite diecisiete veces en total. Es necesario saber oír y ver, y poder oír y ver, y no todos pueden oír y ver. Estas palabras no son para todos: son para los discípulos, los iniciados.

Así que el error de las interpretaciones eclesiásticas comunes consiste en que lo que se refiere al “esoterismo” se considera como refiriéndose a “la vida futura” y lo que se refiere a los “discípulos” se considera referido a “todos los hombres”.

Jesús establece las condiciones de esta búsqueda, algunas de las cuales son:
- “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Estas palabras encierran la idea budista del desapego de las cosas: no un desapego material (voto de pobreza, etc.), sino que las cosas tienen para él tan poco significado como si no las hubiera tenido: este es el “pobre en espíritu”.
- “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos”. Un verdadero discípulo de Cristo debe esperar ser perseguido por causa de la justicia. Los hombres del círculo exterior odian y persiguen a los del círculo interior, particularmente a aquéllos que intentan ayudarlos.

Desde el Reino de los Cielos, el Círculo Esotérico, continuamente se lanzan mensajes al externo, se difunde la verdad. Esto está contenido en la parábola de Cristo del sembrador, que contiene metafóricamente todos los posibles resultados de la predicación del esoterismo:

“He aquí el que sembraba salió a sembrar.
Y sembrando, parte de la simiente cayó junto al camino, y vinieron las aves y las comieron.
Y parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra, y nació luego, porque no tenía profundidad de tierra. Más saliendo el sol, se quemó, y secóse porque no tenía raíz.
Y parte cayó en espinas, y las espinas crecieron y la ahogaron.
Y parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta.
Quien tiene oídos para oír, oiga”.

La idea del hombre como un grano también aparece en los antiguos Misterios de Eleusis, de donde seguramente está tomada esta parábola. El secreto que se revelaba a un hombre en la iniciación, la cual incluía el consumo de un potente psicodélico, el Kykeon, posiblemente relacionado con el LSD, estaba contenido en la idea de que el hombre puede morir como un simple grano o puede surgir otra vez en alguna otra forma viviente. 

Demeter y Persefone compartiendo unos hongos alucinógenos. 


 La naturaleza es muy generosa en sus métodos: crea una enorme cantidad de semillas para que sólo unas cuantas germinen y puedan sobrevivir. Si se mira al hombre como un grano, podemos comprender mejor la aparentemente cruel ley evangélica de que la mayor parte de la humanidad no es sino paja que habrá de quemarse en el fuego eterno, donde vendrá el llanto y el rechinar de dientes. Solo unos pocos germinan, pero esto no es cruel: el hecho de germinar o no hacerlo no es arbitrario sino que depende de uno mismo, de su propia actitud hacia sí mismo y su entorno.
Y es que el hombre encuentra lo que busca. El que busca lo malo encuentra lo malo, el que busca lo bueno, encuentra lo bueno “el hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas” (Mateo 12:35).


Extraído fundamentalmente de:
- Piotr Demianovich Ouspensky (1950). “Un nuevo modelo del Universo. Los principios del método psicológico en su aplicación a los problemas de la ciencia, la religión y el arte”.


Y sobre todo, y precepto más importante del cristianismo: no comáis marisco, ha de ser contemplado como una abominación (Levítico 11:10). 

 Las gambas, evidente producto del demonio.

jueves, 16 de abril de 2009

Erwin Schrödinger, 2ª parte: la conciencia única:

Seguido del anterior artículo, tratamos ahora las ideas de Schrödinger sobre la conciencia, tema tabú para cualquier científico que desee que sus publicaciones figuren en los más prestigiosos índices de impacto.

Como explicábamos en anteriores posts, la actividad científica se basa en una serie de principios formales, enunciados apriorísticos que se asumen sin discusión porque de no hacerlo así, la búsqueda de objetividad y comprobación de hipótesis sobre la naturaleza de la realidad devendría imposible. Uno de ellos es la existencia de un mundo objetivo separado del sujeto que lo percibe. Se trata de un principio de imposible demostración como han apuntado constructivistas como Von Glassersfeld o Maturana.

Fruto de esta asunción fundamental, el ser humano divide el mundo en cosas con conciencia y cosas sin ella, de lo cual surge el problema de demostrar qué es la conciencia y dónde está. Tal problema no existiría de concebir la completa existencia de todo como conciencia, tal y como se postulaba en las filosofías orientales de hace milenios, especialmente en los vedas hindúes.

Dice Schrödinger que “la verdadera dificultad para la filosofía reside en la multiplicidad espacial y temporal de los individuos que contemplan y piensan. Si todo acontecer se desarrollase en una sola conciencia, entonces las circunstancias serían sencillas (…). No creo que la solución del nudo sea posible por el camino de la lógica y del pensamiento consecuente dentro de nuestro intelecto (…). Una concepción del fondo del fenómeno sería muy probablemente imposible de lograr a base de razonar lógicamente, ya que razonar pertenece a dicho fenómeno y está atrapado completamente en él”. Sin embargo, en realidad, “la multiplicidad percibida es sólo apariencia, en realidad no existe”.

Schrödinger ilustra ésta idea con el ejemplo del pólipo de agua dulce (Hydra fusca). “Si lo dividimos de forma completamente asimétrica de modo que una parte tenga todos los tentáculos y la otra ninguno, ambos tipos se completan hasta formar dos hidras enteras”.

En la foto, unas cuantas hydras fuscas se pelean con un caracol de río, su mayor depredador. Obviamente, no temen ser desmembradas.

La conciencia de los nuevos seres, por lo tanto, “aparecerá en aquellos dos fragmentos como la continuación indivisa de lo anteriormente existente. Esto no puede demostrarse lógicamente, pero se puede sentir que cualquier otra explicación carece de sentido. La división, multiplicación de la conciencia carece de sentido”.

Por lo tanto, solo cabe aceptar que la conciencia de los nuevos bichejos es la misma que la del original. Continúa sin interrupción.

Esto, sin embargo, no ocurre con los seres superiores y parte de las plantas, donde “la separación de una porción mayor conduce con seguridad a la muerte de una parte, y en muchos casos también a la de la otra”. “La razón está en que la división del trabajo entre las partes está muy adelantada y el pedazo separado del resto del organismo no encuentra ya las necesarias condiciones ambientales que necesita. Si se le ofrecen dichas condiciones ambientales, el órgano separado puede seguir viviendo, como lo demuestra el caso de los transplantes”.

Lo que nos lleva a otra pregunta: “¿por qué es justamente mi cuerpo el que dispone de una conciencia unitaria del Yo, a diferencia de la célula o el órgano, que todavía no la tienen ,o el estado humano que ya no la tiene?. O si esto no es así, ¿cómo se forma mi Yo a partir de otros Yos singulares de las células de mi cerebro? ¿Se forma de igual manera a partir de mi conciencia y la de mis congéneres un Yo superior del estado o de la humanidad, que se siente a sí mismo como unidad?”.

Volviendo a cómo la conciencia se prolonga ininterrumpidamente en el ser humano, está la cuestión del nacimiento y de la muerte. Al respecto, Schrödinger dice que “es bastante curioso que la filosofía occidental aceptara, casi de forma generalizada, la idea de que la muerte del individuo no significa el fin de nada esencial en la vida, mientras que por el contrario –con la excepción de Platón y Schopenhauer- apenas se dignara a pensar, en el más entrañable y feliz acontecimiento, que va de la mano del anterior: es decir, que se cumpla lo mismo para el nacimiento individual, mediante el cual no soy antes creado sino que, en cierto modo, voy despertando lentamente de un profundo sueño”.

Y es que realmente no resulta posible establecer el momento en el que mi conciencia ha nacido. ¿Cuándo fue?, es absurdo pensar que las tijeras del médico que atiende un parto otorguen la conciencia. En realidad, jamás hubo interrupción alguna entre la conciencia de nuestros padres y nosotros, los gametos surgieron de ella y la transportaban en sí hasta formar lo que somos.

Desde esta perspectiva, la humanidad entera desde sus más remotos orígenes es una única conciencia, cosa que Schrödinger no se atreve a llevar a sus lógicas consecuencias producto de nuestra evolución a partir de otras especies: que la totalidad de la vida es una única conciencia. Pero ¿de dónde nació dicha conciencia?. No resulta nada descabellado afirmar, como en las Upanishads, a las que Schrödinger se remite, que siempre estuvo allí, que todo el Universo es conciencia. De hecho, la postura comúnmente admitida en Occidente de que la vida surgió no se sabe cómo de donde no la había, al igual que el Universo se creó de donde no lo había mediante el Big Bang, resulta incomparablemente más absurda, remitiéndose a causas desconocidas que confía en resolver, pero que de momento no son mucho más que supersticiones. En cambio, lo único que todos nosotros experimentamos en el día a día, lo único que parece existir: la conciencia, se explica por sí misma.

Y cabe preguntarse sobre si lo que experimentamos difiere de un individuo a otro. Schrödinger lo niega: “me parece que mi angustia e inquietud, ambición y preocupación no son sino lo mismo que las de miles que vivieron antes que yo, y puedo creer que transcurridos miles de años todavía podrá cumplirse aquello que yo había implorado hace miles de años por vez primera. Ninguna idea germina en mí, que no sea la continuación de la de un ancestro y por lo tanto no es un germen joven, sino el desarrollo predeterminado de un brote del vetusto y sagrado árbol de la vida”.

En este punto, Schrödinger pasa a enunciar las corrientes científicas modernas que consideran el instinto de los animales no como algo transmitido genéticamente, sino como un recuerdo supraindividual. En ese sentido se mueve, por ejemplo, Rupert Sheldrake, a quien ya hemos tratado en un anterior post sobre la teoría de los campos mórficos. La conciencia de los de hoy acumularía experiencias de los de ayer, no sólo transmitidas genéticamente. Por supuesto, Schrödinger rechaza la escatología hindú referente a la transmigración de las almas y el karma, totalmente extendida en la India hoy en día, a la que critica ferozmente.

Schrödinger ve el mejor acercamiento filosófico a la cuestión de la conciencia (y a la vida en general) en las Upanishads hindúes (a la izquierda, Krishna revela el Bhagavad Gita a Arjuna en medio de la batalla de Kurukshetra), pero no en la superstición de la reencarnación, sino en la afirmación de la unicidad del ser: “la multiplicidad de los seres percibidos es tan sólo una apariencia, en realidad todos ellos son sólo aspectos del ser único”. “¿Qué es lo que te permite descubrir una tal obstinada diferencia –entre tú y otro- si objetivamente la situación es idéntica?”.

Y continúa: “A partir de este razonamiento puede ocurrir que de repente se ilumine la profunda razón de ser de aquellas motivaciones védicas: es imposible que la unidad, este reconocimiento, el sentir y querer que tú llamas tuyo haya salido de la nada en un cierto momento no hace mucho tiempo; más bien este reconocer, sentir y querer es esencialmente eterno e invariable y numéricamente es sólo uno en todos los hombres o seres sensibles”. “Tu vida, la que tú vives, no es un fragmento del acontecer mundial, sino en cierto sentido, la totalidad. Sin embargo, esta totalidad está compuesta de tal forma que no se puede abarcar con una mirada. (…).

Y continúa: "Así, puedes echarte al suelo, apretarte contra la madre tierra con el seguro convencimiento de que tú eres uno con ella y ella una contigo. Estás tan firmemente fundamentado y eres invulnerable como ella, más bien mil veces más fuerte e invulnerable. Tan seguro como que ella te tragará mañana, tan seguro como que te parirá de nuevo para renovadas ambiciones y sufrimientos. Y no sólo algún día: ahora, hoy, a diario te da a luz, no una vez sino miles y miles de veces, como también te devora miles de veces a diario. Porque eternamente y siempre es sólo ahora, este único y mismísimo ahora, el presente es lo único que nunca se acaba".

Dice Schrödinger que es “en la contemplación de esta verdad donde se encuentra la base de cada acción ética y valiosa. Evita que el hombre noble se juegue el cuerpo y la vida, únicamente por una meta reconocida o tenida por buena, sino que se entregue con corazón tranquilo, también allí donde no hay esperanza alguna de salvar su persona. Ella guía –seguramente con menor frecuencia- la mano del benefactor que sin aspirar a recompensa alguna entrega lo que a él mismo no le sobra a fin de aliviar el sufrimiento ajeno”.

Esta ética “natural” se contrapone al archi-seguido imperativo categórico de Kant ("Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal."), al que Schrödinger tacha de incomprensible y yo me permito tachar como mínimo de malsonante, ya que “imperativo” y “categórico” son dos palabras de uso común entre dictadores exaltados.

Al contrario de la ética de Schrödinger, que surge de manera natural con la comprensión, ampliación de la conciencia y la sensibilidad hacia el mundo, el imperativo categórico de Kant, al tratarse de una máxima racional y por lo tanto interpretable, es desgraciadamente alegable por todo tipo de individuos para justificar sus acciones.

Por ejemplo, Hitler en su fuero interno seguramente concibió el Holocausto en sintonía con la máxima de Kant y, de hecho, llevó ésta a sus últimas consecuencias dado que en su obrar ético kantiano incluso procuró que una de sus máximas de acción, la aniquilación del pueblo hebreo, se convirtiera efectivamente en ley universal, con notable éxito.

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¿Quién produce más monstruos, amigo Goya, el sueño o la razón?

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Recomendaciones para leer:

- Erwin Schrödinger. Mi concepción del mundo. Tusquets.

- Erwin Schrödinger. Mente y materia. Tusquets.

viernes, 27 de marzo de 2009

Erwin Schrödinger y la metafísica. 1ª Parte.

Erwin Schrödinger es más conocido por su gato cuántico, capaz de existir y no existir al mismo tiempo en una caja a menos que intervenga un observador que la abra, pero no vamos a hablar aquí de eso (lo damos por sabido, y si no, hay miles de artículos en internet sobre ello), sino de su ideario filosófico, no muy corriente en un físico del primer tercio del siglo XX.

 

Consciente de las ideas dominantes en la mayoría de físicos de su época, Schrödinger comienza por sentar las bases desde las cuales abordar una visión del mundo distinta de la materialista sin ser tachado de místico. 

La física, dice, según la perífrasis de Kirchoff-Mach, sólo es “una descripción de los hechos lo más completa y con la mayor economía de pensamiento posibles”. Comprender esto causa en el hombre occidental por lo general una angustia y sentimiento de yermo y vacío. Física no equivale a “verdad”. Pensar esto (añado yo) no es más que una translación de la personalidad del cura a la del científico, una ingenuidad en la que recae la mayor parte de la población de nuestro mundo.

  El hecho es que desde Kant, la metafísica (la física de lo no observable directamente, por ejemplo el Ser, Dios o lo que sea) ha sido abolida. Y “la supresión real de la metafísica convierte al arte y a la ciencia en pétreos esqueletos sin alma, incapaces del más mínimo progreso” (la metafísica, en ese sentido, sería la punta de lanza de la física, la vanguardia que explora el territorio desconocido; dice Schrödinger que "la metafísica, con el transcurso del tiempo, se convierte en física"). 

Sin embargo, la visión materialista (hipótesis materialista-objetivista: universo de objetos que conforman un mundo exterior al individuo susceptible de ser estudiado y comprendido) adolece de los mismos defectos que cualquier otra visión del mundo, lo cual pasamos a explicar. 

El hecho es que al igual que la fenomenología de Husserl indicaba ya por aquella época, Schrödinger insiste en que “Hay que diferenciar la percepción que el hombre tiene del árbol del propio árbol “en sí”. Se alega para ello, desde un punto de vista más elemental, que el árbol mismo no inmigra al interior del observador sino que tan sólo ciertos efectos que parten de él lo hacen. (…) Hoy podemos dar por seguro que el árbol es visto y vuelto a ver de nuevo y percibido cuando tienen lugar en el sistema nervioso central del observador ciertos procesos nerviosos, cuyos detalles son completamente desconocidos. ¿Percibimos aquellos procesos o su inmediato sustrato de la sensación y el pensamiento? ¡Por supuesto que no!, ya que de lo contrario no nos encontraríamos en tan penosa y desesperanzada ignorancia acerca de ellos. ¿Qué es lo que percibimos entonces y dónde se encuentra esta percepción del árbol que debemos diferenciar del propio árbol?”

Estos son los fundamentos de la metafísica desde la noche de los tiempos (o por lo menos, para nosotros, Occidentales, desde el mito de la caverna de Platón). Nada de lo que el ser humano ha descubierto en los últimos doscientos años invalidan en un ápice el gran problema de la división del mundo en “mundo percibido sensorialmente” y “mundo objetivo”, el segundo de los cuales es obviamente metafísico, pues no resulta posible aislar al sujeto observador, con todos sus procesos mentales totalmente desconocidos, de la cosa observada. Esto es lo que llevó a Nietzsche a afirmar que el segundo mundo, el objetivo, no existe (son los “Ídolos”), y a primar la experimentación y validación de las sensaciones en sí mismas como el único mundo real, oponiéndose a siglos de represión sensorial eclesiástica. 

Erwin Schrödinger coincide completamente con esta visión (de hecho fue en su día famoso por sus innumerables conquistas amorosas); para él el mundo es más la sensación, el olor, los colores, el ruido, el frío, los sentimientos... cosas que nos son conocidas a todos porque es lo único que experimentamos y que sin embargo se resisten a ser medidas por el método científico-objetivo, quedando por lo tanto descartadas de la ciencia y relegadas a terrenos desprestigiados (música, poesía, pintura...).

Pero es que todo lo demás (la visión racional del mundo) son en realidad imaginaciones, conceptos racionales, explicaciones... Además, frente al citado Nietzsche, Schrödinger tiene la ventaja de que en su época se contaba ya con los conocidos resultados cuánticos que sugerían la imposibilidad de una observación objetiva de los sucesos subatómicos, dado que el mero hecho de observar una partícula implica interactuar con ella, de lo que resulta la imposibilidad de medir la posición y la velocidad de la misma al mismo tiempo. Schrödinger, a la sazón físico cuántico, extiende esto a todos los sucesos en general, poniendo como ejemplo que en el mismo hecho de ver se halla ya implicado el fenómeno del reflejo de la luz, sin el cual no se produce la visión, por lo que ya existe una interacción con la supuesta “cosa en sí”. 

Así, Schrödinger recalca que: “La hipótesis del mundo material es metafísica, ya que no corresponde en absoluto a nada observable, y además es mística, porque se emplea una interacción, arraigada como post hoc en una experiencia más rica, de dos objetos (a saber, efecto y causa) sobre la base de parejas de objetos de los cuales sólo uno (la percepción sensorial o el acto de la voluntad) se percibe u observa en realidad, mientras que el otro (la causa o consecuencia material) se añade únicamente mediante la imaginación”.

De esta forma, no es que nuestra concepción del mundo haya dejado de lado la metafísica; sólo lo ha hecho superficialmente, mediante el autoengaño, el error de considerar objetivas cosas que no lo son. Para Schrödinger, lo que realmente falta en este mundo frío y muerto es el “asombro filosófico”. Al respecto, dice que: “Aquel que nunca ha percibido lo altamente propio y original del estado en el cual nos hemos metido sin saber cómo, no está en relación alguna con la filosofía”. 

Así, Schrödinger advirtió con gran pesar cómo el desarrollo de la investigación científica en el mundo contemporáneo se produce “unidireccionalmente” hacia los desarrollos tecnológicos comercializables dejando de lado cuestiones que dados los descubrimientos cuánticos de principios de siglo deberían haberse retomado si lo que realmente moviera al científico fuera el “asombro filosófico”. 

Así, dice que: “Occidente ha experimentado en el último siglo un enorme desarrollo en una dirección muy determinada (…) la creación de una cantidad fabulosa de “mecanismos” que amplían la esfera de la influencia de la voluntad humana (técnica). A causa de esta “elefantiasis” parcial, otras corrientes de desarrollo de la cultura, del conocimiento, del cerebro occidental, o como se las quiera llamar, han sido descuidadas, incluso más de lo que lo eran con anterioridad, o hasta abandonadas. Sí, parece como si un órgano que se desarrollaba con vigor hubiese ejercido una influencia dañina y atrofiante sobre todos los demás(…)”. 

Sus predicciones sobre el futuro de una humanidad construida sobre éstas bases son considerablemente pesimistas. Así, lamenta que: 

“Lenta e imperceptiblemente el destello de la sabiduría india casi se consumió, destello que el maravilloso Rabbi, a orillas del Jordán, atizó en brasas vivas que nos iluminaron durante la oscura noche del medioevo; palideció el brillo del renacido sol griego, bajo el cual maduraron los frutos de los que hoy gozamos. El pueblo ya no sabe nada de todo esto. La mayoría se ha quedado sin apoyo ni guía. No cree en ningún dios ni dioses, conoce la Iglesia sólo como partido político, y la moral como una molesta limitación que ha perdido todo apoyo junto con el soporte que durante largo tiempo se le fue colocando por debajo, es decir, la creencia en espantajos convertidos en imposibles. Resurgió, por así decirlo, un atavismo general y la humanidad occidental está hoy en peligro de descender de nuevo a un grado de desarrollo anterior y mal superado: el profundo e ilimitado egoísmo alza su sarcástica cabeza y dirige con su puño irresistible, formado por viejos trucos, hacia el timón de un buque que se ha quedado sin capitán”. 

La idea más interesante que Schrödinger introduce en el debate científico-filosófico moderno (además de sus aportaciones a la física cuántica que le valieron el premio Nobel por la famosa "ecuación de Schrödinger") es, creo, la concepción de la conciencia como una unidad espacio-temporal y la superación de la idea de muchas conciencias separadas que nacen y mueren; es, al fin y al cabo, su idea de Dios, idea que se tratará en el próximo post, quedando éste como simple complemento a la necesaria demolición del paradigma objetivista/materialista y la creación de una "zona 0" necesaria para emprender cualquier construcción nueva.

En todo caso, cumple decir aquí que al final, nuestra sociedad que navega sin capitán, ha terminado conviertiendo a Schrödinger en dinero. Como abajo se demuestra, hoy en día en Austria un Schrödinger vale cinco veces menos que un Mozart y además, para empeorar las cosas, no tiene bombones de mazapán amargo (Mozartkugeln). 

Si se quiere otro ejemplo de la máquina que todo lo devora, aquí se puede asistir a la transofrmación del experimento del gato de Schrödinger, algo eminentemente metafísico e ideado para la ampliación de la conciencia, en mercaderías de alta tecnología

Y es que el "asombro filosófico" no se puede comprar ni vender. Si se pudiera, seguro que todos ustedes ya tenían uno.

Libros recomendados: 

- Schrödinger, Erwin. Mi concepción del mundo. Tusquets, 1985. 

sábado, 20 de septiembre de 2008

Gurdjieff, 2ª parte: el rayo de la creación y la máquina humana:

En éste post se intentará resumir su sistema desde los niveles externo e interno del ser humano. Primero se explicará el Universo (el rayo de la creación) y a continuación el funcionamiento del ser humano y sus posibilidades de crecimiento. Así pues, aquí llega por fin la tan esperada "explicación de todo": 

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1. La ley de tres y la ley de siete:

Conforme a la teoría esotérica, la ley de tres y la ley de siete (también llamada ley de octavas) son los principios fundamentales en los que se basa el funcionamiento del Universo. Implican lo siguiente: 

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A. La ley de tres:

Dice Ouspensky, hablando del sistema de Gurdjieff, que “todo en el mudo, todas las manifestaciones de la energía, todas las clases de acción, sea en el mundo o en la actividad humana, internas o externas, son siempre manifestaciones de tres fuerzas que existen en la naturaleza. Estas fuerzas se llaman activas, pasivas o neutralizadoras (…). Debe entenderse que no difieren la una de la otra como la actividad y la pasividad difieren en nuestro entendimiento corriente de estos términos. Las fuerzas activas y pasivas son activas, pues una fuerza no puede ser pasiva. Pero hay cierta diferencia en su actividad, y esta diferencia constituye toda la variedad de fenómenos que existen en el mundo. Las tres fuerzas trabajan juntas, pero una de ellas predomina en cada combinación., Al mismo tiempo, cada fuerza que es ahora activa, puede volverse pasiva o neutralizadora en el momento siguiente, en otra tríada. Cuando tres fuerzas se encuentran juntas, suceden las cosas. Si no sobrevienen juntas, no ocurre nada”.

Es obvio que la ley de tres es lo que Jesús trataba de explicar por medio del concepto de la santísima trinidad. Él es el hijo de Dios, y fue creado por medio de la acción de tres fuerzas: el padre (fuerza activa, o primera fuerza), el hijo (fuerza pasiva, material, resistencia al cambio) y el espíritu santo (fuerza neutralizante, resuelve el choque entre las dos primeras haciendo cristalizar a Cristo).

El sistema de Gurdjieff, tratando de adaptarse a la realidad cientificista de principios del siglo XX, describe el nivel material de las tres fuerzas por medio de un ejemplo muy bien escogido: el hidrógeno, fundamento de la vida, que se forma mediante la acción conjunta del carbono (fuerza activa), el oxígeno (fuerza pasiva) y el nitrógeno (fuerza neutralizante).

En el terreno de la acción humana, por ejemplo, la fuerza activa puede ser el deseo de un cambio en algún área de nuestra vida, la fuerza pasiva sería la resistencia interna a ese cambio. Si solo se dan esos dos factores, no puede cristalizar ninguna nueva situación: se requiere de una fuerza neutralizante, que es la emoción que surge debido a dicha acción y que es capaz de neutralizar la acción de las fuerzas activa y pasiva (la discusión mental interna) para permitirnos trabajar por el cambio. Sin dicha emoción, lo único que hay es charla mental, sin que jamás pase nada.

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B. La ley de siete o ley de ocatavas:

En música, una octava es el intervalo entre dos frecuencias en relación de dos a uno. Así, por ejemplo, una octava media entre el La5 a 880 Hz y el La4 a 440 Hz. Ambos tonos se perciben como el mismo por el oído humano, solo que uno más agudo y el otro más grave. Todas las escalas occidentales se inscriben en la octava, que se caracteriza por la asimetría entre sus tonos: Entre las notas de una escala mayor media un tono, salvo entre la 3ª y la 4ª y entre la 7ª y la 8ª, donde media un semitono. Puede parecer que el estudio de la música es algo pequeño en comparación con el Universo, pero siendo que la mayoría de físicos coincide en afirmar que la materia es energía en movimiento (campos electromagnéticos), el estudio de la música y de sus octavas equivale a un estudio del universo.

Conforme a Gurdjieff, la ley de siete significa que ninguna fuerza trabaja jamás continuamente en la misma dirección, lo que se fundamenta en los dos intervalos que hemos comentado que hay en toda octava. Si al llegar a un intervalo no entra un choque adicional, la octava cambia de sentido.

Esto explica la ausencia de líneas rectas en la naturaleza. Las plantas, por ejemplo, crecen conforme a la secuencia de Fibonacci, que es una manifestación matemática de la ley de octavas. Las espirales que las octavas forman al cambiar de dirección son observables tanto en los moluscos como en las galaxias. Y además Fibonacci descubrió la secuencia estudiando los patrones de reproducción de los conejos, lo que parece indicar que se trata de un patrón universal. A continuación, la espiral de Fibonacci:

¡Espirales!, ¡todo son espirales!, (el matemático de "Pi", de Darren Aronofsky)

A nivel humano, dice Ouspensky, “las personas comienzan a hacer algo, y luego de un tiempo, sin ninguna razón visible, sus esfuerzos disminuyen, el trabajo mengua, y si en un momento dado no se efectúa algún esfuerzo especial, la línea cambia su dirección”.

Así pues, la ley de tres explica la creación y la ley de siete explica la evolución.

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2. El rayo de la creación:

Llegados a este punto, puede explicarse el funcionamiento del Universo conforme a las citadas leyes.

En primer lugar se introduce el concepto del “Absoluto”, que es la totalidad, el Universo en sí mismo como una unidad. El Absoluto tiene una sola ley, y una voluntad que genera el rayo de la creación, en el que se incluyen todos los mundos.

El sistema se puede explicar con el ejemplo del ser humano, en el que conviven los mundos de los tejidos y los órganos, pero también el de las células, el de sus componentes químicos y, finalmente, el mundo atómico o subatómico. El ser humano tiene control sobre sus brazos y piernas, pero no sobre las células de la punta de la nariz, que se hayan preordenadas a un orden muy inferior al humano.

Del mismo modo, el Absoluto no tiene ningún tipo de control sobre nosotros, somos para él como las células de nuestro cuerpo. Su voluntad se limita a la creación del siguiente nivel, que equivale a la totalidad de galaxias. Si al absoluto lo rige una ley, al siguiente mundo lo regirán tres (ley de tres), y al siguiente esas tres más otras tres introducidas por el siguiente nivel, de forma que la relación entre cada nivel es también de una octava (relación de 2 a 1, como en los hertzios de la octava musical). Así, tenemos el siguiente cuadro:

Donde el número de cada mundo se corresponde con el número de leyes que lo gobiernan. El absoluto se halla tanto al principio (todo), como al final (nada) del rayo de creación. La dualidad "todo-nada", en cambio es una falsa dualidad: ambas cosas son lo mismo.

Nótese que incluso la nota musical Sol coincide con nuestro Sol en su nivel en la octava. Si introducimos en este cuadro los intervalos de la octava descendente (los momentos donde, si no recibe ayuda, la octava cambia de dirección o se estanca), tenemos que el primero está entre el Absoluto y las Galaxias (7ª y 8ª), y que el segundo se halla entre la Tierra y Los Planetas (3ª y 4ª).

El primer intervalo es llenado con la voluntad del Absoluto. La octava continúa descendiendo hasta los planetas, que para relacionarse con uno de ellos (la Tierra, en nuestro caso), necesitan de un choque adicional. Este choque, conforme a Gurdjieff, es la vida orgánica, que siendo en sí parte de La Tierra, actúa de pantalla de recepción y transmisión de las influencias del resto de planetas. Al mismo tiempo, la vida orgánica alimenta a la Luna, al igual que el Sol alimenta a los planetas (piénsese que todo lo que comemos viene en último término del Sol). Cada nivel se alimenta del anterior. Todo cuanto vive, por tanto, sirve a la Tierra y a los planetas, y todo cuanto muere sirve a la Luna.

La comunicación en los niveles funciona como la comunicación entre las partes de nuestro organismo. Si el ser humano desea influenciar un tejido, lo tendrá que hacer a través de las células, puesto que el tejido, a pesar de ser un mundo diferente del de las células, está compuesto de éstas. De la misma manera, el Absoluto debe actuar sobre las galaxias por separado con objeto de influenciar el mundo que conforma el tejido completo de galaxias. Así, este particular “tráfico de influencias” se organiza como sigue:

1º. Carbono (Fuerza activa del mundo 1 –Absoluto-).

2º. Nitrógeno (Fuerza neutralizante del mundo 6 –todas las estrellas-).

3º. Oxígeno (Fuerza pasiva del mundo 3 –todas las galaxias-).

Ese es el orden en que deben estar las materias para que se produzcan los fenómenos (cualesquiera). En segundo lugar, el nitrógeno debe retornar a su puesto original (3º) para iniciar la siguiente tríada como carbono. Así, las estrellas de nuestra galaxia, para influenciar al Sol, deben necesariamente a travesar los planetas. Piénsese que vemos al sistema solar moverse a pequeña velocidad, pero ello se debe únicamente a que la velocidad en la Tierra es muy lenta. El sistema solar es realmente como un átomo, y la masa de electrones cubre completamente su núcleo actuando de pantalla. Si las estrellas desean influenciar al Sol, deben hacerlo a través de los planetas.

1º. Carbono (Fuerza activa del mundo 6 –estrellas-).

2º. Nitrógeno (Fuerza neutralizante del mundo 24 –planetas-).

3º. Oxígeno (Fuerza pasiva del mundo 12 –Sol-).

La siguiente tríada, iniciada por los planetas, no puede fluir automáticamente al hallarse un intervalo (entre la Tierra y Los Planetas: de “mi” a “fa”), de manera que interviene la vida orgánica, quedando la tríada así:

1º. Carbono (Fuerza activa del mundo 24 –planetas-).

2º. Nitrógeno (vida orgánica de La Tierra).

3º. Oxígeno (Fuerza pasiva del mundo 48 –La Tierra-).

Fruto de la acción planetaria sobre la vida orgánica tenemos gran parte de las actuaciones humanas. Gurdjieff dice que por lo general los planetas solo influyen en las masas, siendo los individuos demasiado débiles para sentirlas. Así, los Romanos ya documentaron las influencias de Marte, Venus, Júpiter… asignándoles comportamientos humanos, y los mayas, conscientes de las influencias planetarias en sus actividades (agricultura, comercio…) desarrollaron un calendario ultracomplejo compuesto por los ciclos de todos ellos (nuestro calendario es únicamente solar, un juego de críos al lado del maya).

La cuarta y última tríada la inicia la vida orgánica cuando muere, sirviendo de alimento a la Luna:

1º. Carbono (vida orgánica de La Tierra).

2º. Nitrógeno (Fuerza neutralizante del mundo 96 –Luna-).

3º. Oxígeno (Fuerza pasiva del mundo 48 –La Tierra-).

De manera que el rayo de la creación alcanza al ser humano de muy diversos modos: además de la influencia directa del Sol (influencia que vemos todos los días cómo la vida orgánica transforma), la influencia planetaria y la lunar (más sutiles) nos llegan directamente.

De momento vemos que hay 4 tríadas, cada una de las cuales da como resultado un hidrógeno determinado. Gurdjieff dice que dichas tríadas se corresponden con los cuatro puntos fundamentales del Universo: el Absoluto, el Sol, la Tierra y la Luna. Entre cada uno de ellos existe también una octava, y por medio de cálculos simples pero largos de contar, alcanza una tabla de hidrógenos que describen el mundo material. Dichos hidrógenos median entre el H1 del absoluto (materia sometida a una sola ley) y el H12288 de la luna (el más bajo de los hidrógenos en el rayo de la creación, sometido a 12.288 leyes). Esto será de vital importancia enseguida.

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3. El funcionamiento de la máquina humana:

El ser humano se diferencia del resto de seres orgánicos porque está creado para ser auto-evolucionante. Esa es su finalidad específica dentro del cómputo general de la vida. Por lo demás, y de no emprender dicha evolución, el ser humano es idéntico, e incluso generalmente está menos desarrollado que el resto de seres vivos (Ouspensky).

La ley de tres y la ley de siete se aplican exactamente igual al funcionamiento del hombre (Gurdjieff lo llama la “máquina humana” para adaptarse al mecanicismo, doctrina científica profundamente dominante a principios del siglo XX). Estudiar al hombre es, en ese sentido, igual que estudiar el Universo.

Como hemos visto, el ser humano, como vida orgánica, se halla bajo las influencias inferiores de la Luna y bajo las influencias de los planetas y del Sol, pero generalmente actuamos guiados por las influencias lunares, que son mecánicas: ese es el largo sueño humano. Por tanto, el desarrollo del ser consiste, fundamentalmente, en liberarse de dichas influencias inferiores y abrirse a las superiores. Nuestra posición en el Universo es realmente mala, pero Gurdjieff señala que podría ser peor: en la Luna ni siquiera hay posibilidad de desarrollo: todo es mecánico. Cuando se comprende la enorme cantidad de leyes a las que estamos sometidos, “cuando se comprende que se está en prisión, lo único que uno puede pensar seriamente es cómo escapar”.

Al abrirnos a una influencia superior, nos liberamos de las leyes de la influencia inferior, que siempre son más. Como ejemplo de las leyes que afectan al ser humano (las 96 de la Luna, las 48 de la Tierra, las 24 de los planetas…), tenemos las leyes físicas y químicas que no podemos en principio vulnerar (temperatura, humedad, composición del aire, tipos de comida digeribles…), pero también hay otras leyes que pueden ser superadas en el camino de desarrollo, por ejemplo: la ley de la ignorancia (no nos conocemos), de la identificación, de la mecanicidad… Una persona enferma está bajo más leyes que una sana (tiene que obedecer a su médico o ir al hospital y estar bajo su reglamento). Para librarse de una ley, es preciso conocerla, y una vez nos libramos de ella, aparecerá otra, y otra, y otra. El único modo de librarse de una ley es ponerse bajo otra ley procedente de una influencia superior. Como se puede observar, el concepto de ley es algo que engloba todo cuanto nos limita.

Y ahora, por fin, sobre la forma de liberarse de dichas leyes.

La máquina humana funciona en tres niveles consumiendo comida, aire e impresiones. Todas estas materias son hidrógenos. Los distintos estados de la materia/energía son fruto de las leyes a que está sometido dicho hidrógeno. Así, por ejemplo, el H768 representa toda la comida que comemos, el H384 es el agua, el H192, más sutil, el aire que respiramos y los H48, H24, H12 y H6 representan las diferentes calidades de impresiones que recibimos (las impresiones también son materia). Otros hidrógenos no nos sirven, como el H96 (fuego). Los hidrógenos que provienen de planos inferiores, están sometidos a más leyes, y viceversa, siendo el alimento más sutil que el ser humano puede llegar a obtener el H6, procedente de la galaxia. Dichos hidrógenos sutiles no pueden ser medidos por la ciencia; ésta puede únicamente medir sus efectos psicológicos, el rastro que dejan al pasar. Por lo demás, no conoce nada más allá del H48.

El hombre puede considerarse como una fábrica química que recibe materia prima de afuera y la transforma en otros materiales de calidad más fina. Las tres clases de material que obtiene son comida (H768), aire (H192) e impresiones (H48, H24, H12 y H6), estas últimas dependiendo del grado de apertura de la conciencia del ser particular: si es burdo, todas sus impresiones son H48: que son las incoloras impresiones corrientes, sin carácter alguno. La comida se recibe en la parte baja del organismo, el aire en la media y las impresiones en la alta (los tres niveles de la fábrica humana).

A partir de estas clases de material, el organismo produce todas las materias necesarias para el trabajo de los centros, pero también las gasta todas. El desarrollo del hombre, consecuentemente, depende de la capacidad de almacenaje de las materias superiores producidas por su máquina. Cada uno de los tipos de alimento tiene su propia octava ascendente durante la cual se va refinando: la octava del alimento, la octava del aire y la octava de las impresiones.

La comida entra por el piso superior (boca) y pasa a la planta baja como Oxígeno 768 (fuerza pasiva, material). Allí se encuentra con cierto Carbono 192 y se convierte en Nitrógeno 384 (vemos cómo la tríada sigue el mismo patrón que en el Universo). A su vez, dicho Nitrógeno 384, actuando como Oxígeno 384, se encuentra con un Carbono 96, y se transforma en Nitrógeno 192. Son las tríadas de una octava ascendente: dichos procesos representan las notas do, re, mi.

Hasta cierto punto la ciencia puede observar éste funcionamiento: Así, cuando el alimento entra en la boca, se encuentra con varias clases diferentes de saliva y se mezcla con ellas en el proceso de masticación; luego pasa dentro del estómago y es trabajado por los jugos gástricos, que desintegran azúcares, proteínas y grasas. De ahí va a los intestinos y se encuentra con la bilis, los jugos pancreáticos e intestinal es, que lo transforman en los elementos más pequeños. Éstos atraviesan la pared del intestino dentro de la sangre venosa, que es llevada hasta el hígado, donde se encuentra con otras sustancias que la cambian químicamente. De ahí vuelve a la sangre y va al corazón, donde entra en juego la oxigenación de la sangre (octava del aire) y permite a dicha sustancia superar el intervalo de su propia octava. De esta forma, la sangre venosa es mi 192 y la sangre arterial es fa 96 (se ha producido un choque que supera el intervalo entre mi y fa).

De esta forma, las tres octavas se van ayudando mutuamente a superar los intervalos, y el proceso de refinamiento de sustancias en un ser humano es como se muestra en el siguiente cuadro:

Impresiones: do48,

Aire: do192, re96, mi48.

Alimentos: do768, re386, mi192, I fa96, sol48, la24, si12.

I  corresponde al choque inconsciente que la octava del aire le da a la de los alimentos para que continúe evolucionando. 

El problema es que la octava de las impresiones, por si misma, no va más allá de las impresiones do 48 que entran, porque en su lugar de entrada no hay Carbono 12 que las ayude. Así, do 48 no se transforma y las tres octavas se detienen. La octava del aire, por su parte, sólo llega hasta mi 48 y allí se detiene. La octava de los alimentos alcanza si 12 debido, como se ha dicho, a la intervención de las sustancias del aire (re 96). Este es el estado productivo de la máquina humana en condiciones normales.

Y aquí viene la posibilidad de desarrollo humano, que tiene que ver con dos choques conscientes. El primero de ellos hay que darlo en do 48; se trata de traer al punto de entrada de las impresiones el Carbono 12 necesario, que está en nuestro organismo pero lejos. Ello se consigue mediante el recuerdo de sí mismo, la observación, la no identificación... Lo que se busca es un estado emocional de consciencia. Recordándose uno mismo en su propia esencia, el Carbono 12 sube hasta la planta superior y se mezcla con las impresiones para generar estados emocionales más sutiles: re 24 y mi 12. Por ejemplo, con ayuda de la risa, muchas impresiones 48 pueden transformarse en 24, las impresiones elevadas solo pueden generarse desde el centro emocional, jamás desde el motor o el intelectual. Se trata de lograr una existencia emocional sutil, que posibilita que la octava del aire reciba un choque adicional (mi 12 de las impresiones ayuda a mi 48 del aire a transformarse en fa 24) y sea capaz de desarrollarse incluso hasta la 6 (la materia 6 es el máximo refinamiento posible por la máquina humana).

Impresiones: do48, C re24, mi12.

Aire: do192, re96, mi48, I fa24, sol12, la6.

Alimentos: do768, re386, mi192, I fa96, sol48, la24, si12.

Un segundo choque consciente puede ser dado en mi 12 de las impresiones y si 12 de los alimentos. Mi 12 son las emociones corrientes con ciertos grados de intensidad. Sin embargo, las emociones fuertes habituales del ser humano son todas emociones negativas, y son re 24. El segundo choque consciente tiene que ver con el trabajo sobre las emociones negativas y su conversión en positivas. Esto solo es posible tras un largo trabajo, cuando se puede estar consciente de uno mismo durante largo tiempo y cuando el centro emocional superior ha comenzado a trabajar. Entonces, el funcionamiento de la máquina humana en un ser completamente desarrollado es como sigue:

Impresiones: do48, C re24, mi12, C fa6.

Aire: do192, re96, mi48, I fa24, sol12, la6.

Alimentos: do768, re386, mi192, I fa96, sol48, la24, si12. C do6.

Puede verse claramente que éste sistema describe la Alquimia interior del ser humano: la transmutación de los metales bajos en metales preciosos (materia 6, correspondiente a las influencias de la galaxia).

De manera que la búsqueda de la piedra filosofal nunca estuvo fuera del propio ser humano.

Para quien quiera más:

- Ouspensky, Piotr D. El Cuarto Camino.

- ya se trató a Gurdjieff en un post anterior.