viernes, 9 de marzo de 2007

La filosofía sobre el problema ecológico: Hans Jonas Vs. Niklas Luhmann

Hoy hablaremos de dos distintas visiones sobre la crisis ecológica con sus respectivas propuestas, señalando en primer lugar que el objeto de tal debate racional sobre las salidas al desastre es más lúdico que cualquier otra cosa, puesto que las dos propuestas son hoy en día tan inútiles que se merecen incluso aparecer en este blog.

Nuestro primer invitado de honor es el filósofo Hans Jonas, discípulo de Heidegger y de Husserl, y su enfoque tendrá por tanto las tonalidades de la fenomenología. El segundo será el sociólogo Niklas Luhmann, discípulo de Parsons (que a su vez era discípulo de Durkheim), y traductor de Maturana al ámbito sociológico, y su enfoque está basado, debido a ello, en la lógica sistémica.

- Hans Jonas y el escape a través de la nueva moral:

Hans Jonas (a la derecha), que era un profesor universitario especialista en filosofía gnóstica, revolucionó sin embargo en los 70 a la intelectualidad alemana con su libro “El principio de responsabilidad”, que ha influenciado enormemente el pensamiento moderno en relación a los peligros de la técnica, al principio de precaución y a la protección de los derechos de las generaciones futuras.

La idea primordial del libro es que “la crisis ecológica demanda debatir la responsabilidad colectiva, ya que lo que está en juego es la suerte de las generaciones futuras y del planeta en su conjunto”. Por tanto Jonas no pertenece a las escuelas de la Deep Ecology, sino que su visión es puramente antropocéntrica; la naturaleza se debe proteger no porque sea bonita, sino porque si no desapareceremos.

El punto de partida es que vivimos una situación abierta a una catástrofe sin precedentes que hace obsoletas las pautas de acción tradicionales. Desmonta la utopía científica de que caminamos hacia un mundo mejor, la utopía de la salvación científica, que no es sino una prolongación “laica” de la utopía de la salvación cristiana, y resucita la antigua profecía de la desgracia, el mito de Ícaro, cuyo invento de la tecnología del vuelo le llevó demasiado cerca del Sol. También el mito de Prometeo; según él como civilización somos un “prometeo definitivamente desencadenado”, hemos desafiado el poder divino robando el fuego y no sabemos exactamente qué uso darle. En consecuencia, la naturaleza está comprometida por la acción de un chimpancé que se ha hecho con tecnologías divinas más allá de su comprensión y que las ha preordenado a un objetivo moral: la destrucción y dominación de todo aquello que no es humano. Es el triunfo de las ideas de Francis Bacon, que desgraciadamente no conocía las complejas interrelaciones del hombre con su medio cuando escribió “La nueva Atlántida”, pero al que seguimos haciendo caso como si se tratara de un enviado de Dios en la Tierra.

Para Jonas, “el aprendiz de brujo acaba arrastrado por las fuerzas que creía dominar”. Nuestra generación tiene su propia versión de este mito, y de momento estamos en la fase: “Lázaro, ¡levántate y trabaja!”, pero nuestro final carece de un mago responsable que arregle el pifostio.

El desastre que nos cerca es, por tanto, producto de nuestro poder. Esto implica que debemos responder a esta situación responsablemente, dado que somos la causa. La amplitud y el tipo de poder determinan la amplitud y el tipo de responsabilidad. El problema está en cómo hacerlo. Al hablar de responsabilidad, es necesario hablar de moral. Jonas dirá que la moral tradicional no nos sirve, porque es un conjunto de pautas de justicia cara a las relaciones de los hombres entre si, sin contemplar la relevancia de sus relaciones con la naturaleza (la moral de la polis). Es una moral además del cara a cara, que se desarrolla espacio-temporalmente en el aquí y el ahora. Nadie es considerado responsable de los efectos ulteriores del propio acto bien intencionado, bien reflexionado y bien ejecutado. Hoy en día, la polis no existe, no hay frontera entre el reino humano y la naturaleza, toda la superficie del planeta está afectada por la acción humana; la acción en el aquí afecta al allá, y la acción en el hoy afecta al mañana. La moral tradicional no contempla esto, por lo que no sirve.

Respecto a la técnica, dice que ésta ha dejado de ser un tributo a la necesidad y se ha convertido en un progreso justificado en sí mismo en cuya consecución se implica el supremo esfuerzo y participación del hombre. Se trata de la persecución de la utopía; la utopía de la salvación a través de la técnica ha adquirido mayor poder sobre el hombre que el que cualquier ideología haya tenido nunca. Jonas rechaza las utopías, critica sistemáticamente la utopía marxista, ya que hoy en día “no se trata de que los hombres sean mejores, sino de que simplemente sigan siendo”. Jonas recomienda dar vacaciones a la utopía por siempre jamás. La nueva ética es una ética de la supervivencia.

Las ciencias naturales no dicen "toda" la verdad sobre la naturaleza; la visión dominante desacraliza todo y niega cualquier derecho a pensar en la naturaleza como algo que haya de ser respetado; por ello la destruye sin consecuencias morales. Jonas indica que “es posible que haya que reorientar la empresa científica recuperando su tradicional autoconciencia como saber contemplativo, de espaldas al ideal demiúrgico desatado tras el triunfo del modelo baconiano”. Habría también que “acabar con los hábitos arraigados de consumos desbocados, aun cuando sea al precio de un temporal empobrecimiento económico. Y, por lo mismo, hay que atajar el crecimiento también desmesurado de la población mundial”. Jonas propone un moderno ascetismo, ya no fundamentado en la existencia de una realidad transcendente, sino en la necesidad de sobrevivir.

Finalmente, el colofón de su discurso, y también el punto que le acarreó las mayores críticas, es que Jonas acepta lo que él llama una “pausa de la libertad en los asuntos exteriores de la humanidad” como precio necesario para el cambio, es decir, una dictadura siguiendo el modelo aristotélico del filósofo-rey. Efectivamente, Jonas es escéptico sobre la capacidad de las sociedades democráticas, víctimas del corto plazo político, para resolver los grandes problemas civilizatorios de nuestro tiempo (en lo que no le falta razón), y por ello propuso en su día que una dictadura comunista podría tomar más fácilmente las medidas necesarias para preservar el medio ambiente. Tras la caída del muro de Berlín y una rápida ojeada a lo que había detrás, Jonas matizaría acertadamente sus opiniones sobre la capacidad de los regímenes comunistas para proteger el medio ambiente.

- Niklas Luhmann y el escape a través de la comunicación entre sistemas:

Niklas Luhmann (sí, el de la derecha no es un simple geek o un nerd, es Luhmann, lo prometo), máximo exponente de la teoría sociológica de sistemas, no discute que la especie humana se encamine al desastre, lo cual considera mucho más que probable; solo discute el modo de afrontar el problema, que para él no debe ser moral, sino fundamentado en la comunicación.

Para Luhmann, el problema es que vivimos en una sociedad basada en la “diferenciación funcional”. A diferencia de la “diferenciación jerárquica”, típica de las sociedades estamentales premodernas, la diferenciación funcional se caracteriza por carecer de cúspide o centro vertebrador. Así, la sociedad como sistema es el conjunto de los sistemas diferenciados, pero no hay un sistema de sistemas que lo englobe, o lo que es lo mismo, no hay líderes, y la dinámica social es caótica.

El juego de los distintos sistemas es complejo: Luhmann indica que “no se puede decir que los entornos seleccionen y los sistemas se adapten: lo que hay es un juego complejo entre ambos. La adaptación fáctica (viabilidad) es solo uno de los resultados posibles: el otro, más dramático pero también más frecuente en la historia evolutiva, es la desaparición”.

Además, los sistemas son autopoiéticos o autoreferenciales. El término de autopoiesis, que Luhmann trajo del campo de la biología constructivista (de H. Maturana y F. Varela, más concretamente), significa la capacidad de un sistema de producirse a si mismo digiriendo elementos de su entorno. El problema es el sistema que digiere el entorno conforme a las reglas del propio sistema, por lo que en realidad lo que hace es producirse a sí mismo continuamente (como hacemos los seres vivos, según Maturana).

Hay tantos entornos como sistemas, pero además cada uno de los sistemas es el entorno (indescifrable) para los otros. Por lo que el todo (unidad) resulta así mucho menos que la suma de las partes, invirtiéndose así la conocida proposición sistémica. De esta forma, no hay un problema ecológico, sino múltiples, variados e intraducibles a una lengua de lenguas; tendremos así distintos problemas ecológicos para el economista, el jurista, el geólogo, el político, el empresario... incomunicables entre sí.

Y así, la solución a problemas políticos generará problemas tecnológicos que generarán a su vez problemas jurídicos cuya solución generará a su vez problemas económicos, etc, etc. No hay ninguna instancia central de coordinación y control que permita gobernar unitariamente la complejidad que así se genera.

Por eso no cabe la integración moral, como propone Jonas, porque no hay una instancia que decida cuál es esa moral, y no cabe afrontar el problema desde el derecho, la política, la economía… porque la incomunicación hará que el problema continúe ahí. Sorprende en estas circunstancias que Luhmann no proponga la creación de un centro vertebrador dictatorial, como sí hace Jonas, y que critique a éste en ese punto. Quizas influya el hecho de que a diferencia del primero, Luhmann luchó en el ejército alemán hasta 1945.

Respecto a la tecnología, Luhmann indica que la técnica no cumple siempre sus promesas, y no solo no las cumple, sino que cuando alcanza cierta complejidad, “no puede cumplirlas”: pequeñas inexactitudes pueden tener graves consecuencias, toda tecnología está abierta a interferencias no contempladas del entorno y existen causalidades únicas que llevan a que una combinación de circunstancias atípicas genere desastres imprevisibles. Así, “el intento de protegerse con técnica de los riesgos de la técnica es evidentemente limitado” (por no decir absurdo, añado yo). La conclusión es que un sistema tecnológico no se puede cerrar sobre sí mismo asegurando su perfecto funcionamiento”, al igual que ningún otro sistema.

Luhmann resalta, en definitiva, que lo necesario es la comunicación entre los distintos sistemas, conducente a hacer inteligible el problema, aunque no a solucionarlo. En ese punto es pesimista, e indica que lo único que podemos hacer es sentarnos lúcidamente a esperar el final.

Niklas Luhmann aborreció siempre del moralismo verde, de su tendencia a sustituir conocimiento por sentimiento, de su retórica del miedo y del irrealismo de sus pretensiones. Sin embargo, lo primero que se deriva de su crítica es que la razón, como elemento vertebrador de los distintos sistemas, se ha demostrado incapaz de unir a éstos; en esas condiciones debería quizás explorarse la capacidad del sentimiento para amalgamar seres humanos. Respecto a su rechazo de las pretensiones verdes como “irreales”, opino que fue quizás su absoluta falta de pretensiones lo que le llevó a decidir ganarse la vida en el mundo de la sociología (y más concretamente de la sociología posmoderna) bastante apto para dicha constitución moral.

Luhmann critica también el antropomorfismo subyacente de Jonas, indicando que ¡somos un resultado casual de la evolución y basta!. Creo, en cambio, que dicho antropomorfismo también parece ser un resultado causal de la evolución, lo mismo que los sentimientos y las preguntas metafísicas.

Y en definitiva, lo que hace Luhmann es traducir el antiquísimo mito de la torre de Babel (del que hablaremos próximamente) al idioma actual sistémico, idioma que tampoco resulta inteligible para todos, por lo que aplicando su propia teoría, tenemos que su contribución misma, además de no ser tan original (sus bases se pierden en el más remoto pasado), es incapaz de aunar una comunicación global porque solo se dirige a unos cuantos pisos de la inmensa torre, siendo inaccesible a los demás, en algunos casos por estulticia del receptor y en otros por la sabia decisión que un ser humano puede legítimamente tomar en su vida de no leer sociología bajo ningún concepto.

Ambos pensadores tienen algo en común, y es que superan el utopismo decimonónico, tanto liberal como marxista y por supuesto cientificista (todos los cuales juntos nos echaron de cabeza a la fotografía de la izquierda), de que a la fase de desconcierto, vacío e incertidumbre sucede la futura constitución de un mundo mejor, de que hay una luz al final del túnel.

Pero ambos autores se separan de esta tradición: para ellos es evidente que no podemos confiar en unas manos ocultas y benéficas para construir nuestro futuro mejor con independencia de las pasiones de los individuos. Ambos coinciden en percibir al ser humano como una criatura frágil que vive en un único mundo común y sin valedor.

Mientras esperan lúcidamente la llegada del apocalipsis, les recomiendo escuchar el disco cuya portada coincide con la foto de arriba.