viernes, 27 de marzo de 2009

Erwin Schrödinger y la metafísica. 1ª Parte.

Erwin Schrödinger es más conocido por su gato cuántico, capaz de existir y no existir al mismo tiempo en una caja a menos que intervenga un observador que la abra, pero no vamos a hablar aquí de eso (lo damos por sabido, y si no, hay miles de artículos en internet sobre ello), sino de su ideario filosófico, no muy corriente en un físico del primer tercio del siglo XX.

 

Consciente de las ideas dominantes en la mayoría de físicos de su época, Schrödinger comienza por sentar las bases desde las cuales abordar una visión del mundo distinta de la materialista sin ser tachado de místico. 

La física, dice, según la perífrasis de Kirchoff-Mach, sólo es “una descripción de los hechos lo más completa y con la mayor economía de pensamiento posibles”. Comprender esto causa en el hombre occidental por lo general una angustia y sentimiento de yermo y vacío. Física no equivale a “verdad”. Pensar esto (añado yo) no es más que una translación de la personalidad del cura a la del científico, una ingenuidad en la que recae la mayor parte de la población de nuestro mundo.

  El hecho es que desde Kant, la metafísica (la física de lo no observable directamente, por ejemplo el Ser, Dios o lo que sea) ha sido abolida. Y “la supresión real de la metafísica convierte al arte y a la ciencia en pétreos esqueletos sin alma, incapaces del más mínimo progreso” (la metafísica, en ese sentido, sería la punta de lanza de la física, la vanguardia que explora el territorio desconocido; dice Schrödinger que "la metafísica, con el transcurso del tiempo, se convierte en física"). 

Sin embargo, la visión materialista (hipótesis materialista-objetivista: universo de objetos que conforman un mundo exterior al individuo susceptible de ser estudiado y comprendido) adolece de los mismos defectos que cualquier otra visión del mundo, lo cual pasamos a explicar. 

El hecho es que al igual que la fenomenología de Husserl indicaba ya por aquella época, Schrödinger insiste en que “Hay que diferenciar la percepción que el hombre tiene del árbol del propio árbol “en sí”. Se alega para ello, desde un punto de vista más elemental, que el árbol mismo no inmigra al interior del observador sino que tan sólo ciertos efectos que parten de él lo hacen. (…) Hoy podemos dar por seguro que el árbol es visto y vuelto a ver de nuevo y percibido cuando tienen lugar en el sistema nervioso central del observador ciertos procesos nerviosos, cuyos detalles son completamente desconocidos. ¿Percibimos aquellos procesos o su inmediato sustrato de la sensación y el pensamiento? ¡Por supuesto que no!, ya que de lo contrario no nos encontraríamos en tan penosa y desesperanzada ignorancia acerca de ellos. ¿Qué es lo que percibimos entonces y dónde se encuentra esta percepción del árbol que debemos diferenciar del propio árbol?”

Estos son los fundamentos de la metafísica desde la noche de los tiempos (o por lo menos, para nosotros, Occidentales, desde el mito de la caverna de Platón). Nada de lo que el ser humano ha descubierto en los últimos doscientos años invalidan en un ápice el gran problema de la división del mundo en “mundo percibido sensorialmente” y “mundo objetivo”, el segundo de los cuales es obviamente metafísico, pues no resulta posible aislar al sujeto observador, con todos sus procesos mentales totalmente desconocidos, de la cosa observada. Esto es lo que llevó a Nietzsche a afirmar que el segundo mundo, el objetivo, no existe (son los “Ídolos”), y a primar la experimentación y validación de las sensaciones en sí mismas como el único mundo real, oponiéndose a siglos de represión sensorial eclesiástica. 

Erwin Schrödinger coincide completamente con esta visión (de hecho fue en su día famoso por sus innumerables conquistas amorosas); para él el mundo es más la sensación, el olor, los colores, el ruido, el frío, los sentimientos... cosas que nos son conocidas a todos porque es lo único que experimentamos y que sin embargo se resisten a ser medidas por el método científico-objetivo, quedando por lo tanto descartadas de la ciencia y relegadas a terrenos desprestigiados (música, poesía, pintura...).

Pero es que todo lo demás (la visión racional del mundo) son en realidad imaginaciones, conceptos racionales, explicaciones... Además, frente al citado Nietzsche, Schrödinger tiene la ventaja de que en su época se contaba ya con los conocidos resultados cuánticos que sugerían la imposibilidad de una observación objetiva de los sucesos subatómicos, dado que el mero hecho de observar una partícula implica interactuar con ella, de lo que resulta la imposibilidad de medir la posición y la velocidad de la misma al mismo tiempo. Schrödinger, a la sazón físico cuántico, extiende esto a todos los sucesos en general, poniendo como ejemplo que en el mismo hecho de ver se halla ya implicado el fenómeno del reflejo de la luz, sin el cual no se produce la visión, por lo que ya existe una interacción con la supuesta “cosa en sí”. 

Así, Schrödinger recalca que: “La hipótesis del mundo material es metafísica, ya que no corresponde en absoluto a nada observable, y además es mística, porque se emplea una interacción, arraigada como post hoc en una experiencia más rica, de dos objetos (a saber, efecto y causa) sobre la base de parejas de objetos de los cuales sólo uno (la percepción sensorial o el acto de la voluntad) se percibe u observa en realidad, mientras que el otro (la causa o consecuencia material) se añade únicamente mediante la imaginación”.

De esta forma, no es que nuestra concepción del mundo haya dejado de lado la metafísica; sólo lo ha hecho superficialmente, mediante el autoengaño, el error de considerar objetivas cosas que no lo son. Para Schrödinger, lo que realmente falta en este mundo frío y muerto es el “asombro filosófico”. Al respecto, dice que: “Aquel que nunca ha percibido lo altamente propio y original del estado en el cual nos hemos metido sin saber cómo, no está en relación alguna con la filosofía”. 

Así, Schrödinger advirtió con gran pesar cómo el desarrollo de la investigación científica en el mundo contemporáneo se produce “unidireccionalmente” hacia los desarrollos tecnológicos comercializables dejando de lado cuestiones que dados los descubrimientos cuánticos de principios de siglo deberían haberse retomado si lo que realmente moviera al científico fuera el “asombro filosófico”. 

Así, dice que: “Occidente ha experimentado en el último siglo un enorme desarrollo en una dirección muy determinada (…) la creación de una cantidad fabulosa de “mecanismos” que amplían la esfera de la influencia de la voluntad humana (técnica). A causa de esta “elefantiasis” parcial, otras corrientes de desarrollo de la cultura, del conocimiento, del cerebro occidental, o como se las quiera llamar, han sido descuidadas, incluso más de lo que lo eran con anterioridad, o hasta abandonadas. Sí, parece como si un órgano que se desarrollaba con vigor hubiese ejercido una influencia dañina y atrofiante sobre todos los demás(…)”. 

Sus predicciones sobre el futuro de una humanidad construida sobre éstas bases son considerablemente pesimistas. Así, lamenta que: 

“Lenta e imperceptiblemente el destello de la sabiduría india casi se consumió, destello que el maravilloso Rabbi, a orillas del Jordán, atizó en brasas vivas que nos iluminaron durante la oscura noche del medioevo; palideció el brillo del renacido sol griego, bajo el cual maduraron los frutos de los que hoy gozamos. El pueblo ya no sabe nada de todo esto. La mayoría se ha quedado sin apoyo ni guía. No cree en ningún dios ni dioses, conoce la Iglesia sólo como partido político, y la moral como una molesta limitación que ha perdido todo apoyo junto con el soporte que durante largo tiempo se le fue colocando por debajo, es decir, la creencia en espantajos convertidos en imposibles. Resurgió, por así decirlo, un atavismo general y la humanidad occidental está hoy en peligro de descender de nuevo a un grado de desarrollo anterior y mal superado: el profundo e ilimitado egoísmo alza su sarcástica cabeza y dirige con su puño irresistible, formado por viejos trucos, hacia el timón de un buque que se ha quedado sin capitán”. 

La idea más interesante que Schrödinger introduce en el debate científico-filosófico moderno (además de sus aportaciones a la física cuántica que le valieron el premio Nobel por la famosa "ecuación de Schrödinger") es, creo, la concepción de la conciencia como una unidad espacio-temporal y la superación de la idea de muchas conciencias separadas que nacen y mueren; es, al fin y al cabo, su idea de Dios, idea que se tratará en el próximo post, quedando éste como simple complemento a la necesaria demolición del paradigma objetivista/materialista y la creación de una "zona 0" necesaria para emprender cualquier construcción nueva.

En todo caso, cumple decir aquí que al final, nuestra sociedad que navega sin capitán, ha terminado conviertiendo a Schrödinger en dinero. Como abajo se demuestra, hoy en día en Austria un Schrödinger vale cinco veces menos que un Mozart y además, para empeorar las cosas, no tiene bombones de mazapán amargo (Mozartkugeln). 

Si se quiere otro ejemplo de la máquina que todo lo devora, aquí se puede asistir a la transofrmación del experimento del gato de Schrödinger, algo eminentemente metafísico e ideado para la ampliación de la conciencia, en mercaderías de alta tecnología

Y es que el "asombro filosófico" no se puede comprar ni vender. Si se pudiera, seguro que todos ustedes ya tenían uno.

Libros recomendados: 

- Schrödinger, Erwin. Mi concepción del mundo. Tusquets, 1985.